Comentarios culturales de un antiguo refugiado chileno de Valparaiso, ahora en Francia, Montpellier y como muchos otros, viviendo de milagritos...
Music is the Best, tal es su lema, aparentemente lo cree y aplica aqui :
* Spanish * French

25 diciembre, 2007

Baudelaire



Charles Baudelaire.

"El Cielo en la Tierra"

La Invitación Al Viaje...

Dentro de la serie "El cielo en la tierra", dedicada a utopías, milenarismos y sueños que hacen contraste con la ineficiente y errática "racionalidad tecnocrática", Rubén Moheno nos propone una relectura de "La invitación al viaje" de Baudelaire. Regresemos, pues, a "un país soberbio, un país de Jauja", un país para "visitar con una amante querida". En él crecen el tulipán negro, la dalia azul y "todo es limpio como una bella conciencia". Baudelaire tiene, como siempre, toda la razón: "Cada hombre lleva en sí su dosis de opio natural". La amada ideal es la sustancia de ese sueño que nace, muere y renace en el espíritu humano. El paraíso, la utopía, están en el otro. El otro encontrará su utopía en nosotros. Así será o nos hundimos en el odio y la suspicacia.

En los ensayos de Charles Baudelaire se afirma la idea de la unidad de la obra de arte como resultado de una composición: lo eterno e inmutable con lo transitorio y lo fugaz, ya que el arte es siempre lo hermoso expresado por la pasión, el sentimiento y la ensoñación de cada uno de sus creadores, y que a éstos se debe pedir, además, sinceridad.

Al reconocer que existen tantas bellezas como modos de buscar la felicidad (infinitos), se aproxima a esa noción de absoluto con una tesis de Stendhal, para quien "lo hermoso no es sino una promesa de felicidad". Baudelaire la aplica a la piedra angular del edificio de todo hombre: la mujer: ella es "una invitación a la felicidad". Ella es para él una luz, una mirada, es su andar; una palabra algunas veces, y, sobre todas las cosas, una armonía general, con todo lo que sirve para ilustrar su belleza como parte de ella misma: su arreglo, su maquillaje y su vestido. La unidad en la mujer es también una composición de lo invariable y lo fugaz, por ello sostiene las voluntades y los destinos suspendidos con sus miradas.

En su obra poética ?que es una sola con sus ensayos? señala otra unidad: la semejanza que encuentra entre la mujer elegida y toda una región; la correspondencia de esa mujer con un país descubierto y a la vez creado por Baudelaire. Ese lugar se encuentra en La invitación al viaje. Son dos famosos poemas con ese título y ese tema, uno en verso y otro en prosa. De este último presentamos aquí una versión al español.

Si toda traducción es un empeño utópico, ya que es imposible tocar todas las dimensiones del original, en cambio permite tener ante los ojos un modelo. Un modelo insuperable como este poema, hecho para el escape de un hombre y una mujer hacia la felicidad, y Baudelaire tenía mucho que decir sobre el amor entre un hombre y una mujer. La resonancia de La invitación al viaje llega a nuestro tiempo; su curso siempre se dispone a recalar en la actualidad. Acaso no ha perdido un solo instante de vigencia desde el día de su creación. Y la duración de una obra suele ser discontinua; hay periodos en los que nadie se ocupa de ella, a veces, cuando sería de más utilidad. Utilidad que se debe ?así lo señaló Paul Valéry? a su capacidad para ser transformada e interpretada mil veces, por hombres de distintas naciones, en diferentes épocas.

Mascarón de proa de su época ?y más nos vale saber que no todo lo del siglo XIX debe tirarse por la borda?, la obra de Baudelaire inicia la modernidad. Él es hijo de la ciudad moderna, donde no hay hacia dónde correr, porque la urbe es, de algún modo, todo lo que se encuentra al alcance del hombre: en ella se determina la suerte de los bosques y los ríos; sus leyes rigen los actos de los hombres dondequiera que éstos vayan. Y estamos lejos de sentir como Montaigne anotó: "casi siempre creo estar en mi lugar natural", porque una serena observación de la propia intranquilidad lleva a decir, con Baudelaire: "Me parece que yo siempre estaría bien allí donde no estoy." Es una línea de ese poema cuyo título indica un estallido del alma: "¡A cualquier parte fuera de este mundo!" Pero la desazón en Baudelaire se transforma en principio de conquista: la desesperación es sólo una pista falsa que el escapista deja tras de sí; La invitación al viaje señala el rumbo: allá, là bas.

Là bas no es una aspiración al más allá, sino una forma de iluminar este mundo. Es la expresión de una verdad originada en el alma de Baudelaire; verdad demostrable que perdura como región incontaminada. No ha sucedido así con otros refugios para poetas, como el de R.L Stevenson: "¿Quién va a refugiarse hoy ?preguntó Alfonso Reyes? en la ya urbanizada Samoa?, con su tráfago portuario..." Es que nadie puede recorrer ya los caminos que recorrieron ellos, ¿pero cómo renunciar a lo que buscaron?

Que la fantasía es indispensable para vivir en armonía con la naturaleza es otro de los significados que guardaba el là bas de Baudelaire. Y esa sola verdad asegura la vida del poema durante buena parte del siglo al que entramos.

¡Cuánto sentido tiene el señalamiento de la "dosis de opio natural" que todo hombre lleva en sí!, en una civilización acosada por las drogas ?y por su contraparte, la represión? que descubre las endorfinas. El matrimonio entre la honestidad y el lujo es un ideal que está lejos de extinguir su luz. Es un propósito vivo la doble composición de la unidad humana superior que forman el hombre y la mujer, como se muestra en La invitación al viaje.

[Rubén Moheno]


Es un país soberbio, un país de Jauja, se dice, que yo sueño visitar con una amante querida. País singular, anegado en las brumas de nuestro norte, y que se podría llamar el Oriente del Occidente, la China de Europa; tanto oficio se ha dado ahí la cálida y caprichosa fantasía, tan paciente y obstinadamente lo ha ilustrado con sus sabias y delicadas vegetaciones.

Un verdadero país de Jauja, donde todo es hermoso, rico, tranquilo, honesto; donde el lujo se da el placer de verse en el orden, donde la vida se respira suave; donde el desorden, la turbulencia y lo imprevisto no existen; donde la felicidad está casada con el silencio; donde la cocina misma es poética, fecunda y excitante a la vez; donde todo te asemeja, mi querido ángel.

¡Ah! Si tú fueras el poeta, y si yo fuera tu Cariño, amada y protegida siempre tierna, siempre sumisa, pero siempre soñadora y deseosa, yo te diría a ti, mi poeta y mi amigo: ¿Tú conoces esta enfermedad febril que se apodera de nosotros en las frías miserias, esta nostalgia del país, que se ignora, esta angustia de la curiosidad? Es una región que te asemeja, donde todo es hermoso, rico, limpio y honesto, donde la fantasía ha hilvanado y decorado una China occidental, donde la vida se respira suave, donde la felicidad está casada con el silencio. ¡Es allá donde hay que ir a vivir, es allá donde hay que ir a morir!

Sí, es allá donde hay que ir a respirar, soñar y alargar las horas por la multiplicación de sensaciones. Como se ha escrito La invitación al vals, yo quisiera que un músico de genio se encargara de escribir La invitación al viaje, para ofrecerla a la mujer amada, a la hermana de elección.

Sí, es en esa atmósfera que haría bien vivir; allá, donde las horas más lentas contienen más pensamientos, donde los relojes suenan la felicidad con una más profunda y más significativa solemnidad.

Sobre las maderas relucientes, o sobre las pieles doradas y de una sombría riqueza, viven discretamente las pinturas felices, calmas como las almas de los artistas que las crearon. Los soles ponientes que colorean tan ricamente el salón comedor o la sala, son tamizados por bellas telas o por esas altas ventanas que el plomo divide en numerosos compartimentos. Los muebles son vastos, curiosos, raros, armados de cerrojos y de secretos como las almas civilizadas. Los espejos, los metales, las telas, la orfebrería y la loza hacen ahí para los ojos una sinfonía muda y misteriosa; y de todas las cosas, de todas las esquinas, de las fisuras de los cajones y de los pliegues de las telas se escapa un perfume singular, un ligero perfume oriental que es como el alma del apartamento. Soles ponientes, que embellecen tan melancólicamente la recámara de la mujer amada, de la hermana de elección, ¿cuándo se pondrán en mi horizonte?

¡Un verdadero país de Jauja, te digo, donde todo es rico, limpio y reluciente, como una bella conciencia, como una magnífica batería de cocina, como una espléndida orfebrería, como una joyería abigarrada! Ahí afluyen los tesoros del mundo, como a la casa de un hombre laborioso y que bien ha merecido el mundo entero. País singular, superior a los otros, como el Arte lo es a la Naturaleza, donde ésta es reformada por el sueño, donde ella es corregida, embellecida, refundida.

¡Que busquen ellos, que busquen más, que reculen sin cesar los límites de su felicidad, esos alquimistas de la horticultura! ¡Que propongan precios de sesenta y de cien mil florines para quien resolverá sus ambiciosos problemas! ¡Que yo, yo encontré mi tulipán negro y mi dalia azul!

Flor imposible, tulipán reencontrado, alegórica dalia, ¿es allá, no es así, a ese país tan calmo y soñador que habría que ir a vivir y florecer? ¿No estarías encuadrada en tu analogía?, y, por servirme del lenguaje de esos libros que vagan siempre sobre mi mesa y que te hacen abrir tan grandes ojos, ¿no tendrías por espejo tu propia correspondencia?

¡Los sueños! ¡Siempre los sueños! Y más delicada es el alma, más se apartan los sueños de lo posible. Cada hombre lleva en sí su dosis de opio natural, incesantemente secretada y renovada, y, del nacimiento a la muerte, ¿cuántas horas hay ocupadas por el ocio positivo, por la acción exitosa y decidida? ¿Viviremos jamás, pasaremos jamás a ese cuadro que pintó mi espíritu, ese cuadro que te asemeja?

Esos tesoros, esos muebles, ese lujo, ese orden, esos perfumes, esas flores milagrosas, eres tú. Eres también tú esos grandes ríos y esos canales tranquilos. Esos enormes navíos que ellos acarrean, todos cargados de riquezas, y de donde remontan los cantos monótonos de la maniobra, esos son mis pensamientos que duermen o circulan sobre tu seno. Tú los conduces suavemente a la mar que es el Infinito, todo ahí reflejando las profundidades del Cielo en la limpidez de tu noble alma; y cuando, fatigados por la marejada y anegados de productos del Oriente, ellos vuelven a entrar en el puerto natal, esos son otra vez mis pensamientos que regresan del Infinito hacia ti.

L'invitation au voyage, del libro Le spleen de Paris. Esta traducción recoge variantes del poema de las ediciones de 1857 y 1861, como aparecen en Baudelaire, Œuvres Complètes, Gallimard, París, 1954. (N. del T.)