Comentarios culturales de un antiguo refugiado chileno de Valparaiso, ahora en Francia, Montpellier y como muchos otros, viviendo de milagritos...
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07 diciembre, 2006

Zadie Smith


Zadie Smith regresa a Howard´s End en su tercera novela.

DAVID MORÁN. BARCELONA, ABC.es.

Con los ojos clavados en el suelo y una visera ocultándole medio rostro, la imagen que proyecta Zadie Smith (Londres, 1975) dista un abismo del reflejo de esa narradora ágil, ácida y vivaracha que se dio a conocer desde las asombrosas páginas de «Dientes blancos». Tímida y huidiza, la escritora británica de origen jamaicano sigue sorteando los focos incluso ahora que «Sobre la belleza» (Salamandra), su tercera novela, ha sido galardonada con el premio Orange 2006 y ha resultado finalista del prestigioso Booker Prize.

Eso por no hablar de todos los meses que ha estado encaramada en lo alto de la lista de libros más vendidos en Gran Bretaña. «El volumen de ventas no tiene nada que ver con la calidad ni la capacidad de escribir», señaló Smith durante la presentación de la novela, ayer en Barcelona. Frente al micrófono, una escritora a la que no inquietan los elogios ni mucho menos su sonado ingreso en la división de honor de las letras inglesas con apenas veinticinco años. «La única presión que tengo es ver que, vaya donde vaya, la gente me sigue preguntando si me siento presionada por el éxito -apuntó-. A mí lo que realmente me interesa es escribir un buen libro, y no puedo permitirme que nada me distraiga de ese objetivo».

Ese propósito lo cumple, y con creces, «Sobre la belleza», novela que se inspira de manera nada velada en «Regreso a Howard´s End», de E. M. Foster, para trazar un nuevo mapa de desencuentros sociales, culturales e ideológicos. El protagonismo recae, en esta caso, en los Belsey y los Kipss, dos familias diametralmente opuestas cuyo único punto en común aparente es la pintura de Rembrandt, especialidad universitaria que ha convertido a sus respectivos progenitores en adversarios académicos.

A un lado, Howard Belsey, liberal de convicciones inamovibles cuyo matrimonio con una activista afroamericana comienza a hacer aguas por todos lados. Al otro, Monty Kipps, eminente Sir británico de origen caribeño a quien su conservadurismo extremo lleva a despreciar conceptos como la discriminación positiva. «Necesitaba caracteres con personalidades fuertes, pero no tengo que estar necesariamente de acuerdo con sus opiniones», aseguró Smith, quien reconoció su interés por «comprobar lo que significa tener unas opiniones muy marcadas y ver hasta dónde se está dispuesto a llegar por defender esas posiciones».

El juego de las diferencias

El abismo que se abre entre ambos clanes lo rellena Smith con una hilarante maraña de encontronazos generacionales, burlescas visiones sobre la familia y apasionadas excursiones por el filo del arte, la poesía y el hip hop. Todo ello enmarcado en Wellington, una recoleta ciudad universitaria de Nueva Inglaterra que facilita la percepción de «Sobre la belleza» como una sátira sobre la vida adulta del siglo XXI ubicada en un entorno académico. «No me parece una mala descripción, pero sería un poco deprimente ser simplemente una escritora de sátiras -señaló-. Aun así, una de las definiciones de sátira que más me gusta es esa que dice que es «un homenaje indirecto a la perfección»».

La sátira es, sin embargo, uno de los pilares de una escritora que gusta de caricaturizar a sus personajes hasta el extremo y ridiculiza en la novela el exceso de (mala) teoría que campa a sus anchas por las aulas. «Creo que es muy importante que haya novelistas en un campus universitario, ya que si no todo acabaría teniendo un punto de vista excesivamente teórico», señaló Smith, quien también le roba horas a su escritura para cambiar el ordenador por la pizarra.

Orgullosa y la vez sorprendida de que «Dientes blancos» se haya convertido en lectura obligada para los escolares británicos -«me extraña que el mundo académico adopte tan pronto obras de autores contemporáneos»-, Smith admitió que, en cierto modo, la literatura sirve como forma de aprendizaje vital, aunque prefirió no teorizar demasiado al respecto. «Que la narrativa sirva para educar las emociones es algo que se viene planteando desde hace mucho tiempo, pero no creo que haya que centrarse únicamente en eso, ya que el resultado sería una literatura muy aburrida y dogmática», sentenció.

Copyright © ABC Periódico Electrónico S.L.U, Madrid, 2006.

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