Comentarios culturales de un antiguo refugiado chileno de Valparaiso, ahora en Francia, Montpellier y como muchos otros, viviendo de milagritos...
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08 abril, 2006

Libros más allá del libro




Jesús Marchamalo

En la historia de la literatura encontramos multitud de autores que han decidido trascender el formato tradicional del libro para adaptarlo a sus necesidades expresivas. Les proponemos un recorrido por este sorprendente inventario.

Más que un libro parece en realidad una baraja: ciento ocho naipes cuyos anversos, con los palos y valores de las cartas, están dibujados por Jusep Torres Campalans, y en cuyos reversos se leen las misivas que cruzan diversos destinatarios que hablan de un misterioso Máximo Ballesteros. Impresas en el estuche, las reglas de juego explican que tras barajar y repartir las cartas entre los jugadores, se procede a leerlas en voz alta, hasta acabar el mazo. Lógicamente, el orden en que se leen crea una imagen de Ballesteros que cambia en cada partida, de modo que su personalidad queda siempre marcada por el azar.

Max Aub tenía la costumbre de enviar a sus amigos, en Navidades, algún regalo, y en 1964 fue Juego de cartas, un libro sin duda singular del que se hizo una tirada de apenas 300 ejemplares, y que prácticamente no llegó a comercializarse. "A mi padre le gustaba divertirse con lo que escribía, pasarlo bien, y éste fue uno de sus divertimentos". Elena Aub recuerda el comedor de su casa, donde Max, su mujer, Peua, y sus hijas metían las cartas en los estuches. "Se ha hablado mucho de que unas barajas contienen un número de cartas, y otras otro, y se debe a algo tan casual como que no cabían, así que a veces dejábamos alguna fuera. Porque todo aquello se hacía en casa, de manera muy artesanal. Años antes habíamos coloreado a mano la primera edición de Yo vivo, entre toda la familia. Cada uno iluminaba la portada como quería, y de ahí que sean todas diferentes. En el caso de Juego de cartas, recuerdo que por un lado estaban los estuches, y por otro las cartas, que íbamos metiendo dentro, y si alguna no cabía, se quedaba fuera".

El de Aub, a pesar de su conocida afición al artificio, los juegos y máscaras literarias, no es ni mucho menos un caso aislado. En la historia reciente de la literatura encontramos multitud de autores que han decidido trascender el formato tradicional del libro para adaptarlo a sus necesidades expresivas; un sorprendente inventario de libros plegados, cortados, manipulados y alterados de mil maneras. En este museo de singularidades figura, desde luego, Raymond Queneau, que editó en 1962 Cent mille millards de poemes (Gallimard), un libro compuesto de diez sonetos cuyos versos están cortados en tiras, de modo que pueden combinarse entre sí, manteniendo la rima, hasta conseguir el número exacto de poemas que promete el título. Otra obra curiosa es la del poeta peruano Carlos Oquendo de Amat, quien en 1927 publicó Cinco metros de poemas (Ediciones Minerva), un libro- acordeón concebido como un continuo que, desplegado, alcanza, en efecto, una longitud de casi cinco metros.

Juegos literarios

También Octavio Paz dedicó algunas de sus obras a indagar formatos y juegos literarios. "Tal vez tuviera que ver con su conexión con el grupo surrealista, y su interés por los libros objeto", explica Marie José Paz, viuda del poeta. "Lo cierto es que siempre tuvo predisposición a este tipo de búsquedas de escrituras y lecturas posibles". Así, Blanco (Joaquín Mortiz, 1967) es un libro plegado a modo de fuelle, impreso a dos tintas y dividido en columnas que permiten diferentes lecturas del texto. Y en Discos visuales (Ediciones Era, 1968), con dibujos de Vicente Rojo, juega con cuatro discos de cartulina --Juventud, Pasaje, Concorde y Aspa-- que pueden girarse y en los que, por medio de unas ventanas troqueladas, se leen los versos que se van construyendo y desapareciendo. "La idea de estos discos se le ocurrió en un avión en el que viajábamos a Nueva Delhi". Habla de nuevo Marie José Paz. "Nos entregaron un horario de vuelos; una cartulina que podía girar para hacer coincidir fechas y horas por unas pequeñas ventanas. Octavio estuvo jugando todo el viaje con ella, y cuando llegamos a Delhi habló con Vicente Rojo, que aceptó encantado dibujar los discos".

Poesía pública, poesía aérea

En la década de los sesenta, surgieron en España una serie de grupos, provenientes de distintas disciplinas artísticas --pintores, músicos, poetas--, que investigaron las fronteras del lenguaje poético. El poeta y filósofo Ignacio Gómez de Liaño, presente en muchos de estos movimientos, trabajó entonces en una serie de poemas donde prevalecía la materialidad del texto; la inclusión de letras, dibujos y propuestas tipográficas. "En los años sesenta se pusieron en cuestión muchas cosas y, entre ellas, la poesía y la escritura. Mi punto de ruptura pasó primero por la apariencia del texto, una especie de uso antipublicitario del cartel publicitario. Pero ya en 1968 vi que había que _abandonar la escritura_ --con este título publiqué un manifiesto en la revista OU--, para encarnar la escritura. Había que lanzarse fuera de la página y me puse a escribir en las calles poesía pública y en el cielo poesía aérea, como hice en los encuentros de Pamplona de 1972". En dichos encuentros, se hizo ascender una serie de letras, sostenidas por globos de hidrógeno, que podían moverse en el cielo por medio de unas cuerdas que permitían construir textos.

Libros de agujeros

También en esos años Francisco Pino trabaja en seis libros que después se conocerían como libros de agujeros, cuidadas ediciones de autor con páginas troqueladas de cartulina o papel de colores que van formando distintas imágenes, y que recientemente han sido reeditados por la Fundación Jorge Guillén.

En todo caso, una de las cuestiones que se suscitan ante este tipo de obras es el momento en que los libros dejan de ser libros para convertirse en otro tipo de propuestas cercanas, en ocasiones, al mundo del arte. De hecho, desde principios del siglo XX, la colaboración entre escritores y artistas se hizo habitual: Hugué, Picasso, Gris o Matisse participaron en la creación de libros de autor, de pequeña tirada e impresos con técnicas similares a las de la obra gráfica: grabados, xilografías, incluso originales.

Dos metros de longitud

Uno de los libros emblemáticos de este periodo es La prose du Transsiberien, de Blaise Cendrars, ilustrado por Sonia Delaunay en 1913. Se trata de un libro desplegable de dos metros de longitud, cuya tirada, 150 ejemplares, de los que probablemente no se imprimieron más de cincuenta, pretendía alcanzar la altura exacta de la Torre Eiffel. "Hay una tradición de libro llamémosle raro desde la más remota antigüedad", afirma el poeta José-Miguel Ullán. "Libros llenos de composiciones tipográficas, juegos, propuestas... El libro no se ha conformado con ser un mensajero plano sino que, desde el decoro al despilfarro, plantea diversas maneras de darse. Es cierto también que con las vanguardias el libro se descoyunta, los libros dadaístas o futuristas, y la colaboración entre poetas y pintores lo sitúan al borde, cuando no dentro del territorio del arte. ¿Qué es libro, qué no es libro? Me parece baladí, ahora que se han difuminado las fronteras entre los géneros literarios, que el motivo de conflicto sea el continente".

En España, a partir de los años cuarenta, Saura, Millares, Tàpies y otros muchos artistas hacen obras que cada vez se alejan más del libro canónico. "Siempre me ha interesado mucho la relación artística entre pintores y poetas, y el mundo de los libros", afirma el pintor Eduardo Arroyo. "En los años setenta se me ocurrió hacer uno divertido, un poco sádico también, con Poppi Crosta, una mujer extraña y fantasiosa que había escrito un largo relato, a mano, que leía a los amigos. Le propuse hacer una edición muy particular, creo que de cuarenta ejemplares, con su relato escrito a mano --eran cincuenta o sesenta páginas--, de ahí el sadismo, que yo ilustré con dos o tres dibujos originales y que encuaderné con un zapato cubierto de terciopelo que iba apoyado en la cubierta. Era, se puede imaginar, un libro imposible. El libro más raro que he hecho nunca".

Baraja triturada

Entre estos libros definitivamente raros, el de Marcel Broodthaers, La pense bête, un libro construido a partir de su primer poemario, del que no se vendió prácticamente nada, y que decidió enyesar; y la baraja triturada de Perejaume en Cartaci, con texto de Joan Brossa. "Hay una parte del libro que tiene que ver con la transmisión de ideas, y otra con la materialidad". Fernando Cordero es director de la galería madrileña La Caja Negra. "A mí me gustan los libros; me gusta olerlos, tocarlos, escuchar su sonido... Pero hay veces en que estos elementos físicos se transforman o desaparecen por voluntad del autor, y sólo queda la idea".

Acabamos con tres libros más, que presentan distintas propuestas creativas y estéticas. El primero es del poeta Eduardo Scala, Pájaros Aros, un poemario dedicado a los cantos de las aves cuyas páginas, impresas en papel pergamino, crean al moverlas el sonido de un pájaro que aletea. El segundo es de José-Miguel Ullán, Con todas las letras, editado por la Universidad de León en 2003. Por un error de impresión no se eliminó una de las citas que el autor quería retirar del libro, de modo que el propio Ullán la tachó, uno a uno, de cada ejemplar; así, todos los libros contienen una pequeña obra original. La última es una obra del poeta Martí Pol, editada por El Gato Gris en 1996. Al tratarse de un único poema, el editor, José Noriega, decidió hacer un libro de una sola página. Se titula Amb musica de Bach y, eso sí, está impreso en una plancha de acero corten de un centímetro.

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