*Y Cage inventó el silencio*
Alberto González Lapuente.
http://www.abc.es/abcd
La Casa Encendida de Madrid rinde homenaje a la figura de John Cage. Una instalación, mesas redondas y un exhaustivo ciclo de conciertos recuerdan la inconformista trayectoria del compositor norteamericano.
La imagen aún pone los pelos de punta. El escenario muestra, en plano picado, el bastidor de hierro de un piano gran cola cruzado por las cuerdas. En la parte inferior se observa la hilera de macillos e inscrito en la caja el sello de fábrica: Steinway & Sons. Sin duda, se trata de un instrumento con pedigrí. Pero hay más: sorprendentemente, entre las cuerdas puede verse un ejército de tornillos enroscados. Los hay cabezones, planos y hasta de cabeza cuadrada. También se entrelaza alguna moneda. Podría ser el testimonio de un vándalo. Es peor. Se ha cometido un acto sacrílego, un zarpazo cultural. Y, como en cualquier herida, lo peor no es la sangre que desaloja, con todo lo desagradable que esto pueda resultar (hoy en día está más que probada la eficacia de las urgencias sanitarias), lo preocupante es la huella indeleble que va a dejar en el entramado neuronal. El piano se puede restaurar, sólo es un mueble que suena. Pero su sonido, su alma, ha quedado herido de muerte.
Los sonidos son sonidos. Otra fotografía. Parece un buen hombre. Se le adivinan años y una serenidad cercana a la experiencia. Está sentado en una butaca, la mirada perdida por encima de la línea de horizonte. No hace nada. ¿Escucha? Se ha encerrado en una caja con paredes llenas de escamas. Es una cámara anecoica. La casa del silencio. Eso debe ser; eso es lo que ha captado la fotografía. Pero él sí oye algo. El pulso del corazón, el aire rozando los conductos respiratorios, la inquieta salivación, el crujir de algún cartílago, el pestañeo automático. Hay quien sigue creyendo que eso es el silencio. Sólo él conoce la verdad: "Dado que los sonidos son sonidos, otorgan a las personas que los escuchan la posibilidad de ser personas que han encontrado su propio centro y lo llevan dentro de sí".
Conviene leer a Cage para entender su filosofía, su sonido, ese nada-en-medio que quiso descubrir entre el arte y la vida. O mejor aún recorrer su obra. Son muy pocas las ocasiones en las que esto es posible. Al menos desde una perspectiva tan general como la que ahora se propone en La Casa Encendida de Madrid. Documentales, películas y audiovisuales barnizarán un exhaustivo ciclo de música que cuenta con un plantel de intérpretes entre los que hay muchos que estuvieron cerca de él y que diariamente, del lunes 11 al domingo 17, darán un barrido por los cincuenta años de creación del artista americano.
Imperceptible cambio. Los pianistas Steffen Schleiermarcher, Josef Christof y Aki Takahashi, el Cuarteto Arditti, el violonchelista Michael Bach, el Grupo de percusión Drumming que dirige Miquel Bernat, las voces de Joan La Barbara y la Zeitgenössische Oper Berlin y el director Raúl Arbeloa en un concierto protagonizado por "un gran número de músicos y estudiantes de música tocando o cantando sus repertorios a la vez". Y aun, mesas redondas y lectura de textos, además de una instalación, Essay, diseñada para la Documenta 8 de Kassel y que a diario, hasta el 7 de enero, irá casi imperceptiblemente cambiando.
Un paisaje real. Pese a su aparente artificiosidad, la obra de Cage es la exacta reproducción de un paisaje real. A veces visto desde la ventana de un tren como en el happening boloñés Cage's Train (1978); en ocasiones observado desde el mismo interior de la materia. En uno y otro caso el tránsito recorrido acaba por ser de una coherencia admirable. Desde aquel 1938 en el que, casi repudiado por su maestro Arnold Schoenberg, inventa el water gong, hasta poco antes de su muerte, en 1992, cuando aún trabajaba en sus Medicine Drawings. Por medio el descubrimiento de alguna fórmula, por ejemplo: música es al sonido lo que el sonido al ruido, luego también el ruido es música.
La tentación en los 40 es el budismo zen, con la nada de por medio. Llegan las obras silenciosas, a la cabeza la famosa 4:33 para piano (incomprensiblemente repudiada en los planes de estudio del instrumento). Mejor aún, su inmediata consecuencia, 0:00, la nada, como si del origen de la materia se tratara. Y de ahí al azar, en los 50, escapando a la intervención humana tal y como sucede en Music of changes, basada en los principios del I Ching. Más aún la indeterminación de la que Fontana Mix da cuenta con cuatro cintas magnéticas que reúnen trozos desechados de los estudios de la RAI. Trabaja por entonces con el piano preparado (curiosa denominación digna de un cóctel de autor), y prepara happenings reuniendo varios acontecimientos simultáneos, lecturas, baile, música en directo y grabada. Todo entre amigos: los textos del maestro Eckhardt, el pianista David Tudor, el bailarín Merce Cunningham, el artista pop Robert Rauschenberg.
Sevilla, años 30. En los 60, surge la musicircus: una especie de locura que atiende a la multiplicidad de acontecimientos simultáneos y que, por alguna razón, está inspirada en el recuerdo de viejas experiencias vividas por Cage en Sevilla en los años 30. Llegando al final, son los restos de algo que quiere comprometerse hasta constituirse en un modelo social. En definitiva, que semejante recorrido no puede dejar lugar al aburrimiento. Aunque sobre esto hay opiniones. La primera la de Cage: "La música a la que yo me dedico no tiene necesariamente que llamarse música... No hay temas, sólo actividad de sonido y silencio. Quien al escucharla la considere una vivencia significativa pronto se dará cuenta de que el oído recibe cuanto suena en la vida cotidiana con alegría y satisfacción".
*Contra Cage*
Alberto González Lapuente.
http://www.abc.es/abcd
La Casa Encendida de Madrid rinde homenaje a la figura de John Cage. Una instalación, mesas redondas y un exhaustivo ciclo de conciertos recuerdan la inconformista trayectoria del compositor norteamericano.
La imagen aún pone los pelos de punta. El escenario muestra, en plano picado, el bastidor de hierro de un piano gran cola cruzado por las cuerdas. En la parte inferior se observa la hilera de macillos e inscrito en la caja el sello de fábrica: Steinway & Sons. Sin duda, se trata de un instrumento con pedigrí. Pero hay más: sorprendentemente, entre las cuerdas puede verse un ejército de tornillos enroscados. Los hay cabezones, planos y hasta de cabeza cuadrada. También se entrelaza alguna moneda. Podría ser el testimonio de un vándalo. Es peor. Se ha cometido un acto sacrílego, un zarpazo cultural. Y, como en cualquier herida, lo peor no es la sangre que desaloja, con todo lo desagradable que esto pueda resultar (hoy en día está más que probada la eficacia de las urgencias sanitarias), lo preocupante es la huella indeleble que va a dejar en el entramado neuronal. El piano se puede restaurar, sólo es un mueble que suena. Pero su sonido, su alma, ha quedado herido de muerte.
Los sonidos son sonidos. Otra fotografía. Parece un buen hombre. Se le adivinan años y una serenidad cercana a la experiencia. Está sentado en una butaca, la mirada perdida por encima de la línea de horizonte. No hace nada. ¿Escucha? Se ha encerrado en una caja con paredes llenas de escamas. Es una cámara anecoica. La casa del silencio. Eso debe ser; eso es lo que ha captado la fotografía. Pero él sí oye algo. El pulso del corazón, el aire rozando los conductos respiratorios, la inquieta salivación, el crujir de algún cartílago, el pestañeo automático. Hay quien sigue creyendo que eso es el silencio. Sólo él conoce la verdad: "Dado que los sonidos son sonidos, otorgan a las personas que los escuchan la posibilidad de ser personas que han encontrado su propio centro y lo llevan dentro de sí".
Conviene leer a Cage para entender su filosofía, su sonido, ese nada-en-medio que quiso descubrir entre el arte y la vida. O mejor aún recorrer su obra. Son muy pocas las ocasiones en las que esto es posible. Al menos desde una perspectiva tan general como la que ahora se propone en La Casa Encendida de Madrid. Documentales, películas y audiovisuales barnizarán un exhaustivo ciclo de música que cuenta con un plantel de intérpretes entre los que hay muchos que estuvieron cerca de él y que diariamente, del lunes 11 al domingo 17, darán un barrido por los cincuenta años de creación del artista americano.
Imperceptible cambio. Los pianistas Steffen Schleiermarcher, Josef Christof y Aki Takahashi, el Cuarteto Arditti, el violonchelista Michael Bach, el Grupo de percusión Drumming que dirige Miquel Bernat, las voces de Joan La Barbara y la Zeitgenössische Oper Berlin y el director Raúl Arbeloa en un concierto protagonizado por "un gran número de músicos y estudiantes de música tocando o cantando sus repertorios a la vez". Y aun, mesas redondas y lectura de textos, además de una instalación, Essay, diseñada para la Documenta 8 de Kassel y que a diario, hasta el 7 de enero, irá casi imperceptiblemente cambiando.
Un paisaje real. Pese a su aparente artificiosidad, la obra de Cage es la exacta reproducción de un paisaje real. A veces visto desde la ventana de un tren como en el happening boloñés Cage's Train (1978); en ocasiones observado desde el mismo interior de la materia. En uno y otro caso el tránsito recorrido acaba por ser de una coherencia admirable. Desde aquel 1938 en el que, casi repudiado por su maestro Arnold Schoenberg, inventa el water gong, hasta poco antes de su muerte, en 1992, cuando aún trabajaba en sus Medicine Drawings. Por medio el descubrimiento de alguna fórmula, por ejemplo: música es al sonido lo que el sonido al ruido, luego también el ruido es música.
La tentación en los 40 es el budismo zen, con la nada de por medio. Llegan las obras silenciosas, a la cabeza la famosa 4:33 para piano (incomprensiblement
Sevilla, años 30. En los 60, surge la musicircus
*Contra Cage*
J. M. Costa, en ABCD Artes y Letras nº 775, 09.12.2006, pág. 55
Cuando se menciona el nombre de John Cage suele hacerse con la reverencia que merece un gran maestro. Pero reconocer lo liberador de muchos de sus postulados y su liderazgo de una "nueva vanguardia" frente al serialismo o el rigor de la protoelectrónica conduce muchas veces a aceptar su doctrina con los ojos cerrados. Ésta es una actitud poco aconsejable, sobre todo porque a estas alturas los exegetas del gurú han convertido por convertir en canónico un mensaje originado entre lo zen y lo ácrata. Hoy en día existe un corpus muy interesante de "nueva crítica" a las ideas de Cage. Alumnos suyos como George Brecht apuntan: "Cage fue un gran liberador para mí. Pero al mismo tiempo seguía siendo un músico, un compositor. Yo quería hacer música que no fuera sólo para los oídos. La música no es únicamente lo que oyes o escuchas, sino todo cuanto sucede".
Otro crítico no académico de Cage fue Morton Feldman, para quien el gran problema en Cage --lo que conducía sus "técnicas de la indeterminació
En su Noise Water Meat (1999), Douglas Kahn añade: "El dominio cageano de 'todo sonido' y 'siempre sonido' y su correspondiente capacidad para la 'panauralidad'
De ahí puede deducirse la crítica, aparecida hace apenas un mes en la revista inglesa The Wire a cargo de Philip Brody: "La apreciación de Cage aparecía delineada por su propia cámara anecoica que excluía el mundo y su ruido cultural... La idea de que el 'sonido' es la esencia de la musicalidad resulta un concepto tan sentimental como la conclusión de El Señor de los Anillos". Nadie duda de la importancia de Cage, de la agitación que trajo al mundo adorniano de las artes, del ejemplo que ofreció. De su humor. Pero incluso los silencios de Duchamp han sido sometidos a crítica. ¿Por qué no Cage?
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