Encuentro ''Trova sin Traba'' en la Sala Master de la U. de Chile.
Canto libre, joven y under: La nueva sangre de la trova chilena.
por Pablo Soto A. El Mostrador
Les carga cantar canciones de fogata, esos clásicos que la chica linda del grupo siempre termina por pedir. Dicen tener como común denominador a Silvio Rodríguez, pero quieren transformar su ejemplo y adecuarlo a la realidad chilena. Estos son los nuevos trovadores locales, jóvenes, libres, opinantes y tan underground como el propio rock.
Los trovadores chilenos en algo se parecen a la interminable lista de bandas de rock que pululan por bares y pequeños escenarios del país buscando la ansiada gloria, aunque sea por un momento.
Un instante sublime comparten quienes están acostumbrados a cargar sus propios instrumentos, a desembolsar más de la cuenta por un arte que parece ingrato, pero que llena sus almas de algo que nada más puede proporcionar.
Y aunque son muchos menos que en el ambiente del rock, también tienen algo que decir, con Silvio Rodríguez siempre de fondo, el máximo exponente del género para cualquier trovador, por lo menos local, algo así como un arcángel protector con guitarra de madera en mano y un aire a rebeldía de izquierda.
Pero a pesar de la presencia del “iluminado” constantemente en sus cabezas con melodías que a ratos se repiten o parecen en sus composiciones, intentan hacer algo nuevo. Algo que va mucho más allá de las canciones o de las necesidades económicas que implica “salir a tocar”.
Se trata de una nuevo movimiento, la sangre nueva de la trova chilena, mucho más moderada que las nuevas intervenciones del rock. Son la voz del 2000, una vieja frase que curiosamente acuñó un grupo de rock, pero que se aplica perfectamente para las vicisitudes de que implica hacer música, porque la trova, en Chile, también es “Ander”.
La trova joven de Chile
Entre los trovadores más destacados de un movimiento que se caracteriza por estar integrado por hombres y mujeres de entre 25 y 35 años, destacan algunos que de a poco han cruzado la frontera del “Ander”, aunque no del todo como movimiento musical. Se trata de figuras como Patricio Anabalón, Francisco Villa o Elizabeth Morris, quien también muestra un claro roce con el folclor.
Durante los 90, hicieron el trabajo sucio de tocar donde fuera, siendo, por lo menos en el caso de los dos primeros, la Sala Master de la Universidad de Chile su principal refugio o el más grande en dimensión física y relevancia, el que los acogió, junto a un sinnúmero de bares, donde pasaron horas incluso cantando temas que no les gustaba del todo.
Pero en el transcurso de los últimos años de la década pasada y el presente decenio, en Chile han surgido nuevos trovadores, gente que comparte el gusto por esa música que solo sirve para conmover y para escuchar atentamente sentado frente al autor.
Algunos ejemplos son Nicolás Valenzuela, Juan Francisco Lastra, Juanjo Montecinos y José Manuel Lattus, quienes se presentarán en algo así como una cumbre de la trova joven chilena, el próximo miércoles 4 de julio, nuevamente en su templo, el recinto de la calle Miguel Claro, en Providencia.
Para José Manuel Lattus, “este movimiento nace espontáneamente. Hay un movimiento de trova en Chile importante que proviene de la influencia de otros trovadores locales como Alexis Venegas, Pancho Villa y otros tantos. Ellos marcaron una generación completa y son esos muchachos los que vienen después de ellos y que conforman la trova joven como movimiento que surge naturalmente”.
Pero a pesar de lo que muchos puedan pensar, la trova chilena suena distinto, con olor a rabia por el Transantiago, de desaprobación ante lo que denomina “la tontera televisiva” y por la manipulación mental que asume como una realidad, por parte de la política chilena, agrega.
“El discurso temático de nuestra trova abarca temas universales, como la pareja, la sociedad, el amor al mundo, eso es muy importante. Pero también es fundamental dejar en evidencia los errores sociales y políticos, Ahí está la diferencia entre el trovador y el cantautor, la raíz social y es eso lo que queremos explotar en un país contingentemente abundante en material”, afirma.
Underground hasta donde se pueda
Lattus no es trovador las 24 horas del día. Gran parte de su jornada diurna la comparte con sus labores profesionales como geólogo. No obstante, dice admirar a quienes se dedican por completo a la música, en especial a quienes tienen como prioridad a su género predilecto.
Y la verdad es que la trova, al igual que cualquier género musical practicado por bandas o solistas en la categoría “emergente”, siempre es difícil.
“Me he presentado en la sala SCD, en la Sala Master y en algunos bares”, dice con cierto grado de desazón sobre estos últimos escenarios.
“Lo malo de los bares es cantar canciones de fogata, temas conocidos. Ésa es la lucha constante con el público de bares, que van a divertirse y no a escuchar a un artista. Quieren canciones conocidas para conversar mientras las oyen. Por eso es difícil poder presentar tu material”, indica.
Una situación que según el trovador tiene una justificación social. La industria discográfica y su gusto por lo fácil.
“El mercado no da la posibilidad de entrar, las industrias buscan lo más fácil, por eso el público tiene ese comportamiento de poca atención. Quieren temas reconocibles, que no signifiquen un esfuerzo más allá de pasarlo bien”, concluye.
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