Marruecos, Egipto, Palestina y las tradiciones cristiana, árabe y judía salen a colación al repasar su código genético personal y artístico, que remite al barrio marroquí de Bruselas donde creció influenciada por la cultura árabe. Natacha llegó a cantar en clubes árabes y turcos de la capital belga y formó parte de una banda latina llamada Mandanga. Se comenzó saber de ella a comienzos de los noventa, a través de sus conexiones con la ciudad británica de Northampton. Primero, como colaboradora del ‘rajá de ragga’, Apache Indian y los Invaders of the Heart de Jah Wobble. Después, como cantante y ‘belly dancer’ de Transglobal Underground, colectivo angloasiático con el que grabó tres discos y donde comenzó a germinar su seductor híbrido ‘etnotécnico’ de seculares aires arábigo-asiáticos y ritmos electrónicos.
Hace una década se emancipó con ‘Diaspora’, primera referencia de una trayectoria de cinco discos solistas marcados por la interculturalidad y una tensión entre tradición y modernidad «basada en el respeto». Ahora, superadas las crisis de identidad que en el pasado la llevaron a autocalificarse como «franja de Gaza humana», Natacha parece cómoda tanto en su papel de embajadora de las Naciones Unidas como en su rol de diva exótica.
Ahora, tras recapitular su andadura con un ‘grandes éxitos’, vuelve a sus orígenes con ‘Mish Maoul’, álbum producido por Temple of Sound y enfocado a los aires del Magreb y Oriente Próximo en el que Natacha aliña su voz evocadora con ecos de Bollywood, bossa y barnices de trip hop y electrónica downtempo. Un ejercicio de, según definición propia, «música arábiga periférica» que el jueves recreará en Santiago de Compostela, el viernes 5 en Madrid y el sábado 6 en Valencia.
-Tu disco parece una vuelta a la música y las tradiciones con las que creciste en Bruselas.
-Definitivamente. Mi anterior álbum, ‘Something dangerous’, tuvo un enfoque aún más pop y chill del que pretendía. Al comenzar a trabajar en ‘Mish maoul’, lo hice con la intención previa de hacer algo más próximo a mi corazón, más en consonancia natural con mis raíces y con mi tipo de vida.
-Tras resumir diez años de carrera en solitario con un ‘grandes éxitos’, vuelves a trabajar con el productor de tus comienzos. ¿Significa que empiezas de nuevo? ¿Cómo ves tu propia evolución?
-Ahora mismo, mi evolución artística está en su momento más obvio y dominante. Mi trabajo previo ha estado dedicado a explorar diversos aspectos de mi personalidad y mis creencias y ahora siento que voy concretando mis temas y encontrando mi lugar en el mundo. Siento que ‘The best of...’ fue como el fin del principio de Natacha Atlas. Ahora me siento como una artista con mucho por dar.
-¿Sigues en contacto con Transglobal Underground y Wobble?
-Sí, mantengo relación con ambos. Disfruté mucho durante los años que trabajé con ellos, fue el principio de mi carrera, los años de formación artística. Aún trabajo con ellos y nos vemos de vez en cuando. Son muy buenos amigos y significan mucho para mí.
Sin ataduras
-También has trabajado con David Arnold. ¿Te interesa hacer más música para películas?
-Sí mucho. He disfrutado mucho con todas las bandas sonoras en las que he trabajado en los últimos años. Participar en grandes producciones es satisfactorio, y a la vez te hace ser humilde.
-¿Te molesta que se te califique con etiquetas como etno-techno, global beats o world electronic? ¿Tratas de evitar ese tipo de términos?
-No es que rechace ser etiquetada, simplemente, no me veo de esa forma. Creo que es muy sencillo meter la música o el arte en un cajón de sastre sin dedicarle el tiempo que merece. Es algo en lo que no entro. Describir lo que hago como ‘world music’ vale para mí, aunque yo prefiero definirla como ‘sideways arabic music’ (música arábiga periférica).
-Tus colaboraciones con Talvin Singh o Nitin Sawhney evidencian tu interés por la música india. ¿Te atrae, como a Sawhney, el flamenco, por sus raíces indias y arábigas?
-Me interesan todas las culturas, porque esa diversidad es la belleza del mundo. La forma en que esas culturas están enraizadas o tienen primos lejanos en distintas partes del mundo me fascina y aporta gran parte de la inspiración para la música que hago. Mi interés por la música india comenzó cuando me fui a vivir al Reino Unido, donde también me atrajo la cultura afrocaribeña. El flamenco también me encanta y me interesan sus puntos de referencia y de conexión con el sur de Asia y la cultura árabe.
-¿Te gustan las remezclas que han hecho de tus temas gente como Banco de Gaia, Youth, Klute, Spooky o el propio Singh?
-Por lo general, sí. No hay ninguna que considere mi favorita porque todos hicieron algo diferente y es difícil comparar. Sobre todo, me gusta ver cómo otros artistas reinterpretan mi música.
-En el álbum ‘Gedida’ tocaste cuestiones sociales y políticas. ¿Aún te interesa mostrar ese tipo de inquietudes en tu música? ¿Crees que los músicos deberían involucrarse más?
-En cierto sentido, sí; cuando sientes que tienes algo que decir y tienes un concepto bien asentado de los temas de los que estás hablando. Lo que no creo es en la gente que se sube al carro y se apunta a las más diversas causas. En ‘Something dangerous’ también toqué algunas cuestiones que estaban de actualidad; siempre que sienta la necesidad de decir algo, lo diré.
Diálogo y civilización
-¿Qué supuso para ti ser elegida embajadora de Buena Voluntad de Naciones Unidas? ¿Crees que vivimos en pleno enfrentamiento de civilizaciones?
-Supuso un gran estímulo, tener ese honor es algo más importante que cualquier otro premio o reconocimiento. Respecto al choque de civilizaciones, creo que está totalmente infundado. Me parece un gran error desenterrar fantasmas y miedos en ambos lados para crear un ambiente de autoprofecías, de manera que la gente pueda atrincherarse en posturas defensivas que dejan muy poco espacio a la negociación, el diálogo y el entendimiento. Creo que la mayoría de lo que pasa responde más a intereses políticos opuestos al pensamiento y a la conciencia colectiva. Hay que separar la fe del uso de la religión para fines políticos.
-Creciste en una familia de origen cristiano, musulmán y judío. ¿Te ha ocasionado eso algún tipo de crisis de identidad?
-Mi madre es inglesa y mi abuelo era en parte judío sefardita. El linaje de mis padres tiene esta mezcla de cristiano, musulmán y judío. Aunque sólo lo cito para precisar porque, en el plano personal, la separación entre las distintas religiones no me interesa, ya que nos aleja del pensamiento y la racionalidad. En el pasado sí tuve algún conflicto interior de ese tipo. Intentaba hallar un punto de encuentro. En mi interior era un poco como los judíos y los palestinos, que intentan probar su identidad unos frente a otros. Pero ya he superado esa etapa.
-¿Cómo es tu directo, cambia mucho tu música en vivo?
-En vivo tengo dos equipos. Por un lado, actúo con mi propia banda, compuesta de batería, bajo, teclados, percusiones y armonías vocales. Ahora he empezado a hacer un set acústico con viola, violín, cello, contrabajo, percusión árabe y otros instrumentes. Es lo que yo llamo la Natacha Atlas Ensemble. Durante los dos próximos años, voy a trabajar al mismo tiempo con ambos formatos.