Acaso los mejores años de nuestra vida
Por Hilario J. Rodríguez.
Uno de los personajes de Jóvenes desorientados (1993, Richard Linklater) le pide a sus compañeros de instituto que le peguen un tiro «si alguna vez digo que estos fueron los mejores años de mi vida». Durante la película, todos ellos deambulan sin rumbo, beben, maldicen, flirtean, conspiran y se pelean. Unos y otros sienten la alienación que produce la vida en los suburbios de las grandes ciudades. La cámara, sin embargo, no analiza a los personajes desde un punto de vista psicológico, limitándose a observar sus comportamientos, sin emitir juicios morales ni componer una armazón narrativa, como si cosas así resultasen improductivas o imposibles.
Inconformismo. Cada año el cine regresa a las aulas para ver los rostros de los alumnos recién llegados, pero también los de las jóvenes promesas que los interpretan. En los años ochenta, Tom Cruise, Nicolas Cage, Matt Dilon, Sean Penn o Elizabeth McGovern dieron vida a jóvenes inconformistas que no acababan de encajar entre sus compañeros de clase; y hace poco lo hicieron Chloe Sevigny, Michael Pitt, Reese Witherspoon o Kirsten Dunst.
Más de medio siglo antes, James Dean, Natalie Wood y Sal Mineo comenzaron a dar forma a los estudiantes que regresaban al instituto después del verano. Los tres representaban en Rebelde sin causa (1954, Nicholas Ray) algunos de los miedos que se extendieron en la sociedad estadounidense de los años cincuenta, cuando el rock & roll puso de relieve la desconexión entre jóvenes y adultos y además provocó cierta alarma cuando se le identificó con el fin del orden social, como puso de relieve Semilla de maldad (1955, Richard Brooks), en la que se establecía una comparación entre las clases de matemáticas y un campo de batalla.
Si el nihilismo juvenil que se palpa en Rebelde sin causa ya podía notarse en Calle sin salida (1937, William Wyler), la anarquía que reina en Rebelión en las aulas (James Clavell) aún era mayor en Cero en conducta (1933, Jean Vigo). Todas las épocas y culturas a lo largo de la historia del cine han reflejado reacciones de insumisión juvenil dentro y fuera del aula, en familias de clase media como la de Nací, pero? (1932, Yasujiro Ozu) o entre pobres como los de Los olvidados (1950, Luis Buñuel).
Posturas extremas. En muchos casos, las películas convirtieron los centros de enseñanza en los únicos lugares donde los jóvenes podían redimirse de sus tendencias destructivas; en otras se presentaban como ejemplos para propagar la delincuencia. John Travolta, sin ir más lejos, aparecía en Grease (1978, Randal Kleiser) como el típico chico modosito que se transformaba en cuanto acababan las vacaciones y se reeencontraba con sus amigotes en el instituto.
En la actualidad aún se tiende a las posturas extremas. Antonio Banderas y Samuel L. Jackson demostraban en Déjate llevar (2006, Liz Friedlander) y Coach Carter (2004, Thomas Carter), respectivamente, que lo que los estudiantes necesitan son actividades que les motiven. Pero directores como Larry Clark no están de acuerdo. Sus películas Kids (1995), Bully (2001) o Ken Park (2002) presentan una imagen de la juventud tan desesperada y perversa que resulta difícil creérsela. Cada uno debe decidir entre las diferentes opciones, aunque vale la pena recordar que tanto Déjate llevar como Coach Carter se basan en casos verídicos y que las películas de Clark se basan en su peculiar forma de observar a la juventud a pesar de sus sesenta y tres años.
Brick (2005, Rian Johnson), que se estrenará en breve, describe el ambiente de un instituto como una ciudad sin ley, en la que los camellos y las bandas actúan a capricho. Elephant (2003, Gus Van Sant) y Zero Day (2003, Ben Coccio), inspiradas en los sucesos que tuvieron lugar en Columbine en 1999, cuando Eric Harris y Dyland Klebold mataron a trece compañeros y profesores antes de suicidarse, son menos tremendista en su descripción del ambiente de los colegios, aunque muestran hechos mucho más aterradores.
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