Matthew Hart, con su proyecto personal Russian Futurists, debiera ser una figura canónica para todos los amantes del DIY.
Inundado el cyber espacio de blogs con faltas de ortografía, composiciones de fruity loops que harían enrojecer hasta a un robot y proyectos solistas que se basan en la repetición de sonidos aparentemente inusuales (y no es necesario dar detalles escatológicos), el trabajo de Hart emerge como un alivio mayúsculo en medio de tanta mediocridad autoproducida.
Inundado el cyber espacio de blogs con faltas de ortografía, composiciones de fruity loops que harían enrojecer hasta a un robot y proyectos solistas que se basan en la repetición de sonidos aparentemente inusuales (y no es necesario dar detalles escatológicos), el trabajo de Hart emerge como un alivio mayúsculo en medio de tanta mediocridad autoproducida.
Our thickness, su tercer disco, debiera ser considerado un hito del bedroom rock. Con una economía de recursos digna de un fraile (al parecer el costo de producción de este disco fue menor a cien dólares), Hart entrega un disco que suena lujoso y aventurero, en la misma senda de sus trabajos anteriores. Lleno de sobreposiciones de capas de sonidos, que distorsiona las voces y hace que los teclados suenen como en una opera espacial, este disco es recorrido por una sensación de extrañeza que no se va ni con la vigésima escucha.
Hart consolida un sonido propio que lo puso en el mapa de las mini sensaciones indie, y aquí lleva al extremo la alienación pop de estar trabajando en un sótano con máquinas. Cada canción parece una composición teatral, pegote e intrincada, que bien puede valerle comparaciones con Brian Wilson o con The Flaming Lips. Y en cada tema, el hombre orquesta que es Hart parece frágil entre las murallas de sonido hechizas, armando una obra que va tanteando terreno como si en algún momento fuese a caerse a pedazos. Pero eso nunca pasa, y el disco se sucede con la grandilocuente apertura de 'Paul Simon', que encuadra el sonido para el o la auditora primeriza: Russian Futurists suena desde detrás de la cabeza y no desde los orejas, provocando una sensación de desconcierto estupenda.
Hart consolida un sonido propio que lo puso en el mapa de las mini sensaciones indie, y aquí lleva al extremo la alienación pop de estar trabajando en un sótano con máquinas. Cada canción parece una composición teatral, pegote e intrincada, que bien puede valerle comparaciones con Brian Wilson o con The Flaming Lips. Y en cada tema, el hombre orquesta que es Hart parece frágil entre las murallas de sonido hechizas, armando una obra que va tanteando terreno como si en algún momento fuese a caerse a pedazos. Pero eso nunca pasa, y el disco se sucede con la grandilocuente apertura de 'Paul Simon', que encuadra el sonido para el o la auditora primeriza: Russian Futurists suena desde detrás de la cabeza y no desde los orejas, provocando una sensación de desconcierto estupenda.
Seguido de ritmos casi hiphoperos, un sonido pop de serie psicodélica y el uso de perillas a destajo, canciones como 'Our pen is full of ink' o 'Why do you gotta do that thing' marcan un ritmo constante de altos y bajos. Como un balancín, Hart acelera el ritmo con pop entusiasta y lo disminuye con canciones delicadas como 'Sentiments vs. syllables' o la cuasi monumental (si es que alguien con tan pocos recursos puede hacer algo así) '2 dots on a map', que cierra el disco.
Como los discos de Sam Prekop o American Analog Set, que suenan iguales entre sí, a Our thickness puede criticársele que no ofrece mayor sorpresa más que lo extraño de su sonido. Éste es un disco que se sucede parejo, modulando como buen pop los momentos altos con los bajos para darle una continuidad de sonido y factura. Y lo que para algunos puede ser aburrido, para las que disfrutan de los discos como unidades es un agrado.
Sonando siempre como un outsider fanático de canciones olvidadas de los 60s, Hart entrega un álbum cálido y desafiante. Y en su soledad disfrazada, eso debiera ser considerado como un buen trabajo.
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