Muere Ligeti, vanguardia del siglo XX
POR ALBERTO GONZÁLEZ LAPUENTE
György Ligeti ha muerto enfermizamente sano, saludablemente enfermo, pareciendo estar aquí y, al tiempo, asomándose al otro lado. Un poco como su música, ajena a cualquier propósito autobiográfico, pero inevitablemente cercana al deseo de ser un «rico vagabundo». El autorretrato es siempre una tentación inevitable, pues tiene a mano el modelo, aunque también el inconveniente de que todo cuanto se observa está invertido. La izquierda a la derecha, la derecha a la izquierda. Cierto y falso a la vez. No es de extrañar que las fotografías que quedan de Ligeti transmitan el brillo de la picardía, el pelo desordenado y una (media) sonrisa entre burlona y encantada. Han sido 83 años guiñando el ojo tras hacer la trampa, sin dejar de aprehender un nuevo truco sobre el que seguir sosteniendo sus obras. Al final una estructura fractal, la música del gamelán balinés, o la «Columna infinita» del Brancusi.
Cualquier cosa.
Ligeti había nacido el 28 de mayo de 1923 en Tàrnaveni (Transilvania). En Klausenburg, la actual Cluj, comenzó los estudios de composición antes de trasladarse al conservatorio Franz Liszt de Budapest. La llegada de los años cincuenta coincide con la realización de varios trabajos sobre la música folclórica de su país. Con la reunión de canciones populares transilvanas asume los trabajos sobre el folclore que previamente habían realizado Kodály y Bartók. La manifestación culta de todo ello se plasmará en obras como el «Cuarteto núm. 1» (1954). Vendrán luego algunos años de trabajo en el conservatorio de Budapest, como profesor de armonía y contrapunto, y algunas obras que empiezan a herir la siempre prudente sensibilidad de la oficialidad, lo que le obliga a huir a Alemania coincidiendo con el levantamiento de 1956.
Reconocimiento internacional
Pero la residencia de Ligeti en Occidente tiene poco de acomodaticia. Tras trabajar junto a Stockhausen en el estudio de música electrónica de WDR, da a conocer la obra orquestal «Atmosphères» (1961), el primer gran eslabón hacia el reconocimiento internacional. La composición se difundirá ampliamente apoyada por el beneplácito del público, en un momento en el que se hace evidente el rechazo hacia los rigores de un serialismo que, por otra parte, manifiesta síntomas de agotamiento. «Atmosphères» descubre el juego con sólidos bloques sonoros, «clusters» internamente individualizados en multitud de voces cuya escucha es imperceptible pero cuyo efecto simula un constante movimiento interno dentro de un complejo que aparenta permanecer estacionario. Música hirviendo en el interior de un edificio aparentemente firme para la que Ligeti acuñará el término de micropolifonía.
Es entonces cuando el músico empieza a transgredir las dimensiones. En palabras propias: «Abolir el tiempo, detener su huida y aprisionarlo en el instante». No es extraño que partituras como el «Réquiem» (1965) y «Lux aeterna» (1966) sean, sin el permiso del compositor, parte de la banda sonora de la visionaria película de Stanley Kubrick «2001: Odisea en el espacio». Obras, por otra parte, que se divulgarán con mucho retraso en nuestro entorno.
Hace tres años que la Orquesta Nacional de España proponía la primera audición española del «Réquiem», del mismo modo que la celebración del 80 cumpleaños del compositor, en ese mismo 2003, servía para conocer en directo su ópera «Aventures et Nouvelles aventures» (1965), en la que mil y un artefactos en juego se mezclan con gestos, exclamaciones y multiplicidad de sonidos invertebrados. Los elementos experimentales y una sorprendente variedad de técnicas vocales e instrumentales servirán también de base a la ópera «Le Grand Macabre» (1978), teatro del absurdo del absurdo con muchas referencias escatológicas y música singular desde el mismo preludio escrito para bocinas de coches. A partir de los años 70, instalado en Viena, el estilo se hará más transparente y melódico, al tiempo que se empapa de complejas estructuras rítmicas, muchas de ellas sintetizadas a partir de la música africana.
El último Ligeti sabe, como el primero, encontrar la inspiración en la música folclórica, aunque ahora al margen de cualquier frontera o condicionante estilístico. Buen resumen de todo ello son los «Études pour piano» (1985-2001), pues en ellos ya hay muchas cosas juntas, muchos «ligetis»: torrentes de notas, trepidaciones rítmicas, calladas atmósferas impresionistas y hasta elementos programáticos. Porque frente al fin de siglo Ligeti se instaló sin dogmas... y sin dejar de caminar por la cuerda floja.
Su famoso poema sinfónico para 100 metrónomos lo explica muy bien: «Como si no hubiera principio ni fin en algo que ha comenzado eternamente y que continuará sonando para siempre, una ilusión».
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