Comentarios culturales de un antiguo refugiado chileno de Valparaiso, ahora en Francia, Montpellier y como muchos otros, viviendo de milagritos...
Music is the Best, tal es su lema, aparentemente lo cree y aplica aqui :
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25 marzo, 2007

Cortazar y Antonioni


*Duelo entre Cortázar y Antonioni*

César Antonio Molina.

El pasado Dicembre se cumplió el 40 aniversario del estreno de Blow-Up, la emblemática película de Michelangelo Antonioni inspirada en "Las babas del diablo", un relato de Julio Cortázar muy cercano a sus obsesiones sobre el mundo que se esconde detrás de las apariencias y la imposibilidad de aprehender el misterio de la realidad.

Escribe Starobinski que la mirada no sólo ve, sino que espera ver. Y que para ver es necesario tener la capacidad de producir lo que quiere verse. Para mí, sin embargo, la esencia de los pasajes de Blow-Up (1966) en el espacio acotado del parque --las escenas fueron filmadas en Maryon Park, Charlton, al sureste de Londres; mientras que la acción del relato de Cortázar, "Las babas del diablo", de Las armas secretas (1959), transcurre en los muelles del Sena en París-- no está en la forma de Antonioni de entender el mundo y de mirarlo, sino en el sonido de las ramas y las hojas de los árboles moviéndose al compás del corazón de Thomas (en el relato el traductor-fotógrafo aficionado se llama Roberto Michel y es franco- chileno), el fotógrafo profesional que viene atravesando el desierto metropolitano como un depredador dispuesto a captar, archivar y montar, manipular los signos y las huellas, indicios y fragmentos de lo imaginario dentro de su caverna-laboratorio.

La verdad. Los árboles conocen la verdad y tratan de transmitirla en un lenguaje muy anterior a las palabras. El error de este Jasón, a la búsqueda de la prueba, se encuentra en su afán de utilizar sólo el elemento más racional de los sentidos, la vista. Pero el bosque sólo habla con su rumor, con el crujir del lecho y del tejado que cobijaba al hombre cuando aún era nómada. Thomas, a pesar de su apariencia moderna, no busca la casa sino el rumor del bosque, el sonido del dormir a cielo raso.

Una pareja adúltera se encuentra furtivamente en una colina. El fotógrafo los descubre y ella intenta destruir las pruebas. ¿Del adulterio?, ¿de un asesinato?, ¿o de la muerte fortuita producida por un repentino ataque al corazón del veterano Romeo? Thomas hablará de asesinato a su amigo abogado. En ese minúsculo terreno están condensadas todas las pasiones del hombre: el amor, la traición y la muerte, y Dios mismo, mediante su vacío. Este invisible metafísico es lo que no logra resolver la cámara, la técnica racional del protagonista. Dios es sólo la huella de un fantasma, ausente, desaparecido, indocumentado, y nuestra razón se engaña a veces cuando cree captarlo. Quizá el revelado apenas nos entrega la imagen de un bulto, quizá el propio Thomas lo haya visto en el sueño de una noche (su segunda visita al lugar del "crimen"), pero cuando amanece, aquel cuerpo, la faz del maniquí, se nos esfuma. El fotógrafo apoya su cámara y su certeza sobre la huella casi imperceptible de aquel peso en la hierba.

Combatir la nada. No ve nada, no hay nada, se encuentra solo, ciego, deslumbrado por su propia oscuridad; bajo la amplia copa de un gran árbol, el personaje lo mira, lo interroga; el viento mueve las hojas, los setos que le hablan, pero él no entiende ese lenguaje y su rumor le hiere los sentidos. Entonces Thomas huye. Cortázar, en su magnífico relato, comenta la duda del autor y del narrador: "Nadie sabe bien quién es el que verdaderamente está contando, si soy yo o eso que ha ocurrido, o lo que estoy viendo (nubes, y a veces una paloma) o si sencillamente cuento una verdad que es sólo mi verdad...".

El fotógrafo de Cortázar, a diferencia del de Antonioni, utiliza la fotografía para "combatir la nada" y dice que debería enseñarse tempranamente a los niños pues exige disciplina, educación estética, buen ojo y dedos seguros. El personaje de Cortázar encuentra a una pareja. Ella mayor y él jovencito, parecían más bien madre e hijo, pero por sus actitudes estaba claro que eran una pareja. El estaba nervioso. ¿Ella era una meretriz? Roberto hace la foto. Ella se da cuenta y, como Vanessa Redgrave en el filme, se acerca para recriminarlo y obligarle a que le entregue el rollo. En medio de esta disputa el muchacho sale corriendo y el conductor del coche (el viejo diablo para quien se le preparaba la víctima) lo abandona y habla con la mujer. Roberto, al revelar el carrete en casa, se da cuenta de su papel salvador. La mujer era sólo un señuelo.

Hyde Park (da la sensación que la acción transcurre allí, aunque se rodó en Maryon). En realidad el parque es cualquier parque de Londres o del mundo. Hyde Park formaba parte de las tierras de la Abadía de Westminster, confiscadas por Enrique VIII. Al quedar disueltos los monasterios, su propiedad pasó a la corona que lo abrió al público en el siglo XVII. La mayor parte de los duelos se celebraban aquí. ¿Murió alguien, alguna vez, en este sitio? ¿Fotografía la cámara de Thomas la memoria perdida del lugar? Quizá estuvo él mismo en ese lance y aquel cuerpo no era otra cosa que la simulación de su cadáver.

Espacio abierto. El parque es hoy la única naturaleza domesticada que pervive en medio de la ciudad. En él el hombre se siente libre y cómodo, porque su inconsciente lo transporta al errar primigenio. Entre sus muros, en el paseo de nuestra razón, se dan esos encuentros casuales que la mirada perdida en el horizonte descubre entre la fronda, entre los claros. El ojo de la cámara va más lejos, rebasa el límite de lo prohibido, pero al fin descubre sólo ese vacío. El vagabundeo por los parques encuentra prohibiciones, sugerencias, señales. Bancos y sendas son dispositivos para los juegos y tácticas de miradas, de esperas. El transeúnte deja huellas escritas en los árboles, las vallas o los bancos. El lugar de afinidad que elige de manera secreta presencias privilegiadas, es evocación del teatro (la persona, el fingimiento, el fantasma) ligado al paso, al retorno, la desaparición, al divagar y a lo transitorio, lo fugaz y sus tiempos. A veces, los lugares comunes pueden ofrecer una descripción taquigráfica de la verdad.

Dios es también ese espacio ciego que se da en un abrir y cerrar de ojos. Antonioni lo representa expresamente en la materia difuminada de su drama, pero además, de modo implícito, con su estilo narrativo; en el movimiento de paso entre las salidas y entradas dentro de campo de los personajes, hay un instante de vacío, un tiempo muerto que los montadores suprimen en aras de la continuidad que oculta el corte, uniendo las diferencias espacio-temporales en una fluidez que evita la figuración de la mirada. Son esos vanos, el silencio, el crujir del celuloide convertido, también él, en hojas. Bernardo Soares, en el Libro del desasosiego, expresa muy bien esto: "Soy el intervalo entre lo que soy y no soy, entre el sueño y la carne".

Thomas, que es un náufrago, y por eso su afán en poseer la hélice que rescata de la tienda de antigüedades situada frente a la entrada del parque, atraviesa un dintel, cruza un umbral, y ya no tiene para qué volver, ni el que vuelve o regresa será igual. ¿Por qué Antonioni modificó la localización de la historia? ¿Por qué Londres y no el París también enigmático de Cortázar? Quizá la capital británica, por aquella década de los sesenta, representaba una modernidad mayor que el expresionista relato del argentino lleno de originalidad narrativa al contarlo desde diferentes puntos de vista. El relato es magistral, aunque esa historia homosexual no estaba en el mundo de Michelangelo Antonioni y por eso lo hace cambiar radicalmente en función del personaje femenino principal y los otros personajes femeninos secundarios que circulan sin origen ni destino por el filme. Edward Bond, Tonino Guerra y el propio Antonioni hicieron la alquimia de la historia que interpretaron Vanessa Redgrave, Sarah Miles y David Hemmings.

Oráculos. Una vez más he volado a Londres secretamente impelido por acudir a Maryon Park, este lugar que consagró la mirada de Antonioni. Lo bueno de esta ciudad es que aquello que está bien permanece. Y este espacio está casi tal cual como lo contemplamos en el filme, o sólo así puedo yo imaginármelo. Atravieso la puerta, paso junto a los cuatro grandes árboles, los custodios de este santuario, y avanzo por el césped hacia un arbusto donde quizá estuvo el cuerpo y ya no encuentro las huellas de las pisadas de Thomas y el rastro de su máquina fotográfica. Siempre el mismo fracaso. Entonces busco un banco y me encojo sobre él mientras el viento del amanecer mueve las hojas perennes de esos mismos árboles. Los setos van indicando el acecho del monstruo, escondido e irrepresentable. Sólo se revelará hacia el final, para después desaparecer, misteriosamente. Estoy mirando todo mientras la naturaleza me mira y me muestra su alma, hablando con oráculos indescifrables. Mientras tanto sigo allí, como un duelista. Alzo la espada contra los espejos y desafío ¿a Quién? Lo espero, y me acompañan mis testigos. Pero Él nunca llega.

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